
Hace días que me duermo buscando tus manos en mis piernas. Desde que la distancia nos separó con aires de indiferencia, ya nada es lo mismo. Es verano y el calor me impide pensar con claridad. Aún así, tengo frío. El último día que nos vimos no sabías que iba a ser el último. Yo sí, y robé tu camiseta. Quise conservar tu olor e impaciente me la pongo pensando que tú vas a estar dentro de ella.
Ese día quedamos en la parada de metro. Nos dimos un par de besos, discretitos, no hay que dar de comer a los envidiosos. Te cogí de la mano y te llevé a mi casa.
En la habitación, los oasis eran rutina y el calor aplastante de tenerte cerca hacía que las paredes se fundieran. Mil veces tuve que volver a pegar esos pósters de adolescente, el celo no puede con todo. Las velas destellaban y con tu boca encendías la alarma que desesperada, buscaba alguien que la escuchara. Pero no había nadie, sólo tú.
Tú, un pirómano loco y yo, un papel de liar que rápido se consume con tu aliento.
No había tiempo. Nuestro reloj de arena se había partido al tirar mis pantalones y la libertad se palpaba en cada rincón.